miércoles, 2 de noviembre de 2016

CALLE DE LA HUERTA DEL DESGAÑO

 
A Joaquina Palma entre tanta memoria plena de nombres, y a Rolf  Hedloy Hansen, a quien solo conocí de perfil.
La última canción que te gustó salió hace mucho, mucho tiempo, y ya nunca la ponen en la radio: Nic Pizzolatto, Galveston.
Como nubes inquietas y delirios transparentes de Tal vez la niebla de unos labios.

Vas perviviendo otra luz, aun siendo la misma,
que se te apagó, apegada a tus manos,
en la esquina de una cama,
 espuma de sueño y último beso,
como una marea que baja
y se extiende en ternura
hasta descubrir la arena íntima de su costado.

Por la calle de La huerta del desengaño,
se sube, despaciosamente,
al aire de jazmines con limones,
 cóctel de bardas blanquecinas que desafían
al Tiempo, desafinándolo:
 combinan aromas entre sus grietas
y notas que gritan cenizas de nombres
para alcanzar la mayoría de edad del suyo
—a quien solo conocí de perfil—,
fiordos, glaciares azules extraños,
hasta descubrir la arena íntima de tu costado.

La huerta del desengaño limita
abajo con una furgoneta exiliada,
apilada con armonía y caos en libros;
por el centro, con unas verjas verdes
entre geranios que reclaman tu agua,
 libre delirio de lirios diarios,
calmos, y besos latentes.
Por el interior, imita a la templada sazón de la lluvia
 bajo el sosiego de vuestras fotos,
cuadros y aquella música
de obras en sus manos, clásicas,
hasta descubrir la arena íntima de sus costados.

La huerta del desengaño es una leyenda
que no tiene  más que su siglo XVII,
en los tiempos en los que amar
era un oficio demasiado discreto, secreto,
como todos los engaños del mundo
hasta descubrir la arena íntima de todos los costados.

Pero hoy, en el fondo de tu armario,
 yema de noche y luna,
se han quedado, quietos,
los rumores de los puntos suspensivos,
de los jerséis aquella suavidad canela,
las temperaturas de los puntos cardinales,
los geranios con raíces de sangre
en venas de buganvillas latiendo,
jacarandas jugando a ser mimosas,
siemprevivas en amarillas espinas santas,
petunias negras contentas de tu agua:

Son tus nombres de pilas mojados:

El gran árbol le da su fruto,
al que el nombre del fruto diga.

Como nubes inquietas los delirios transparentes,
a la templada sazón de la lluvia,
llueven en tus manos, ingenuos lirios,
 libre delirio de lirios diarios.
Y de las heridas los recuerdos brotan insobornables
a cualquier memoria donde ardiera:
la última canción que nos gustó salió hace mucho,
mucho tiempo, y ya nunca la ponen en la radio.

Y el último beso

como una bajamar,

                        extiende su ternura

hasta descubrir la arena íntima de tu costado.

Ramón Asquerino
Publicado en Agitadoras revista cultural 77

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