domingo, 30 de octubre de 2016
TELOS
No existe tal cosa como la
eternidad. Lo que llamamos
eterno, sólo una sarta de tiempos
momentáneos, una cadena de
aguijonazos, nombres, fragancias
que la memoria recoge en sus fragmentos
y guarda, atesorando un poniente, un bolero,
tantas manos sabihondas de llaves
que abrieran las compuertas
de innumerables cuerpos.
La engañifa de la divinidad perversa,
afanosa de orgasmos, a nuestra semejanza,
requiere el sacrificio de partes vitales,
la soledad llena de fantasmas.
Putrefacción, muertes, violaciones,
alimentan su insaciable apetito.
Lo incrementan porque sólo puede hacer suyo
lo que sus miembros embriagados perciben
a través del montaje de una ruina aparente,
el cambio incesante de la puesta en escena.
Y mientras tanto, cuánto desencantan
los llantenes, morriñas de seudo poetas,
fantasías acuosas que no confrontan
la inexorable oxidación de fibras.
Al que sabe lo que le espera a la vuelta
de cualquier día, ya no le queda
tiempo para pueriles exquisiteces.
Nuevas tareas le ocupan los sentidos.
Deja atrás un planeta. Lleva consigo instantes.
Tiembla. Se entrega de nuevo al misterio.
Del libro El jubilado de Alfredo Villanueva Collado -Estados Unidos-
Publicado en Editorial Alebrijes
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