jueves, 22 de septiembre de 2016
LA MADRUGADA
Producía entonces
de forma retardada
en el lecho del mar
una estela
sobre mar quieta
en pinturas de gestación.
Pero no para amarrar los barcos
en las oscuras fallas
donde solo habían oído hablar
del reposo de la luz,
sino para demorarse
en la fragancia de su remanso.
Fluía todavía allí
sin levantar el vuelo de la noche
ahuyentadas las agrestes
culebras del odio,
burlado el movimiento de delirio
de cada roca, celeste
el forjado de las estrellas.
De pie sobre el alud, erguida
tal mañana en espacio puro
en curvas discordantes,
se va esparciendo
tan viril como la penumbra.
La intimidad del cielo
quiebra su margen
desvaneciéndose en un suspiro.
Se expresa oscura, sin prisa
entre tanto ornato
hacia su futuro sin ver los caminos.
Apenas se distingue
cara a cara, sin afueras,
fluctuante
en el calor del estío.
Solo desrramó en las fachadas de flores
una lluvia de objetos dorados
como rayo sobre los primeros frutos
sin ningún rostro, crece invulnerable,
por los riscos, resucita a escondidas.
El crujido de una lengua en la boca
vigila la noche
mientras el arco triunfal
lleno de sombras
malpare delicados rostros.
Nacen suaves
de oro muy limpio.
La alegría abraza su dulzura.
Un rayo
ruboroso
se difunde entre perfiles,
reflejo del agua atesorada de susurros.
Dirige la transición.
Hacia el resto
desciende encadenada
la música pura de la penumbra
Ocurre despacio
entre mejillas.
Derrama sin fuerza
desvalido
pero ya suave
paso a paso
las ondas brillantes
del color del día.
Manuel Vílchez García de Garss
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