No habrá ya más sombras
hasta que los abedules enturbien sus raíces
en el fango previsible de la noche.
Entonces los dos
nos miraremos a los ojos
con la trémula ternura de un oasis
que llegó desde el horizonte de los días:
arrugas
que se fueron convirtiendo en horas de paz,
manos
disecadas en la belleza de un pretérito
tan imperfecto como nuestro,
surcos
de senderos recorridos a contrapelo de las risas,
hijos
que arrullaron la simiente del ocaso.
Entonces la muerte
será bicóncava y fértil,
inevitable y pasajera:
vendrá en el tiempo sutil
en el que los corazones se derraman
en un solo aliento de lluvia.
Entonces los dos
seremos la misma carne...
Luis Enrique Prieto
Publicado en la revista Arena y cal 240
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