Con palabras del alma decoré mis silencios,
el susurro frío que despertaba mi orfandad
abrió lentamente, a mi regreso, las puertas del olvido,
con el sonido de las bisagras advirtiendo soledad.
Con la música melodiosa de su antojo,
descubrí el desconsuelo de mi nostalgia,
que abrigaba el más cruel despojo.
Pues no es vida la que se lucha
cuando el amor se ausenta,
en la memoria,
solo queda la calidez de un regazo,
dos luceros de bondad,
la fragancia de un beso negado,
y mi cabeza recostada en su tibio palpitar.
Paola Acosta
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