Al fondo de sus múltiples ombligos
la ciudad aniquila historias personales,
lacera rostros,
devasta el riesgo de soñar despiertos.
El sol extravía su luz
por entre escaparates y ventanas
de inmensos edificios;
su calidad de dios antiguo
es apenas signo de la destrucción
que calladamente nos abraza, nos abrasa.
En un jardín de primaveral verdura
poblado de naranjos en perfecta simetría
mi sangre madura este desaliento.
RUBÉN HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ
Publicado en Ágora 15
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