Hace falta mucho más que la pura piedad
para mirar serenamente el rostro
del que llamamos los demás.
Habría que soldarnos en el mismo vértigo
o gritarnos juntos hasta que los labios
se astillen de palabras nunca dichas.
Desde hace tiempo he aprendido
que el mínimo texto de un poema
no convierte a nadie
en el muchacho bueno de la historia.
RUBÉN HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ
Publicado en Ágora 15
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