viernes, 1 de julio de 2016
QUE NO NOS ROBEN LA ILUSIÓN
Nos han robado las ilusiones, la alegría, las ganas de vivir. Todas aquellas esperanzas que habíamos recuperado, todos esos anhelos que habían renacido en nuestro interior cuando ya lo creíamos todo perdido, cuando tanta gente había abandonado la lucha y había aceptado como única escapatoria el sueño eterno. Aceptamos las reglas del juego democrático y nos presentamos con las manos limpias para contagiar esa pulcritud a las cámaras; barrer toda la maloliente escoria de nuestra sociedad y deshacernos de sus pestilentes deshechos. Era el temido fantasma, el azote de la corrupción, que cinco atrás había hecho su primera aparición, y que ahora volvía a sobrevolar los cielos, amenazante para unos pocos, esperanzador para la inmensa mayoría. Pero fue una lucha desigual e injusta; una guerra donde aquéllos que se arrogaban la legitimidad nos atacaban con brutal saña, con repetidas calumnias para sembrar el terror y desprestigiarnos a través de unos medios de información serviles, controlados por el capital. Fueron ellos quienes rompieron las reglas del juego que decían defender, quienes violaron las leyes, quienes hicieron desaparecer más de un millón de votos, quienes sorprendentemente conocían el número de escaños que obtendría su partido al poco tiempo de iniciarse el escrutinio. Nadie cree en la legitimidad de los resultados después de las irregularidades que se dieron, y ya somos muchos los que estamos firmando para que haya un recuento de las papeletas, para que nos expliquen qué ha pasado con ese casi millón y medio de votos, que nos digan cómo es posible que se conocieran los resultados cuando aún estaban llegando sacos de papeletas, por qué no llegó la candidatura de Podemos al extranjero, por qué tanta gente se quedó sin poder ejercer su derecho de sufragio, por qué se permite que las monjas voten en lugar de los ancianos de los asilos.
Es una guerra titánica, y cuesta creer que pueda conseguirse algo, que las propias autoridades europeas intervengan, cuando son tantos los intereses económicos, cuando es el capital el que gobierna y el que pretende exterminarnos.
La situación es desalentadora. Ante esta perspectiva, uno se siente impotente, agotado; llega a creer que ya no vale la pena seguir luchando por el cambio; se hunde por dentro, le faltan las energías y se siente desfallecer. Esto fue lo que sentí tras conocer los resultados de la farsa electoral. Aquella madrugada tuve un sueño pesado; a menudo me desperté pensando en los años que nos esperaban si no podíamos liberarnos de algo que parecía inevitable, con más recortes, con más desahucios, con más suicidios. Todo para, una vez expirado ese plazo, volver a acudir a las urnas en condiciones desiguales; sufrir una campaña insultante, recibir todo tipo de calumnias impunemente, y ver cómo parte del electorado cree esas mentiras, sólo porque no tienen un mínimo de crítica y se dejan amedrentar, sin ver dónde está el auténtico asesino.
Pero no quiero dejarme arrastrar. No pienso darles el gustazo de verme hundido y sumiso, esclavo de sus dictados y de su soberbia. Nunca me doblegarán. Por más duro que sea, por más fuerte que me golpeen, seguiré enfrentándome a esta banda de criminales.
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
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