domingo, 3 de julio de 2016
LA GUERRA
Ya no había espacio para nadie. Tras los últimos huidos, quedaron los perturbados de la guerra, los que bebían la sangre de los muertos y se alimentaban de sus carnes frías y desgarradas por la metralla.
En el extremo sur de la ciudad abandonada, una pareja de jóvenes sobrevivía en un sótano apenas ya sin comida. Aprovechaban la oscuridad de la noche para desplazarse por las calles, hurgar entre los escombros y recoger algo que les ayudara a resistir. Luego, al alba, regresaban al sótano para ponerse a salvo de las batidas de los soldados y del alcance de las bombas.
Meses atrás, sus familias habían conseguido huir hacia el viejo continente. Antes de irse, les construyeron aquel sótano, convenientemente abastecido, por si algún día lograban escapar de la zona donde quedaron atrapados. En el silencio del refugio ella le pidió una vez más que le hablara de Europa. Y él, como si presintiera algo, la calló con un beso.
Isidoro Irroca
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