miércoles, 29 de junio de 2016
LOS HIJOS DEL CAUDILLO
Los resultados de las elecciones del 26-J no han dejado indiferente a nadie. Por lo que a mí respecta, asistí al escrutinio altamente entusiasmado, con la firme convicción de que el cambio era posible; así lo reflejaban todas las encuestas y el sentimiento de hartazgo y de indignación de la gente. Al poco tiempo de encender la televisión, sin embargo, debo admitir que se dibujó en mi rostro una mueca de incredulidad ante lo que estaba viendo: ese partido tan corrupto, manchado con la sangre de tantos conciudadanos que tras perder sus trabajos se habían visto privados de sus viviendas, incluso ancianos que apenas debían unos pocos cientos de euros; ese partido manchado con la sangre de personas fallecidas por no haber recibido la atención sanitaria que precisaban; ese partido que había sumido al país en la indigencia tras haberlo saqueado, había vuelto a ganar, esta vez con un resultado mucho más abultado de lo que se esperaba. Incrédulo, decidí intercambiar impresiones con amigos y conocidos. Nadie daba crédito a aquello. Era obvio que se trataba de un fraude, que ese resultado no reflejaba el sentir general. Durante la jornada se habían registrado numerosas denuncias de ancianos que eran llevados a los colegios electorales, en ocasiones seniles, y eran las monjas que les acompañaban quienes elegían su voto; muchas personas que se encontraban en el extranjero no pudieron ejercer su derecho de sufragio; y en otros casos faltaban papeletas de Podemos.
Sin embargo, más allá de la clara manipulación, hay algo que no deja de ser preocupante; pues, aún con esas viles trampas, es descorazonador ver cómo ha calado entre la ciudadanía la propaganda del miedo, el pánico porque llegara al poder un partido nuevo con ganas de regenerar el sistema democrático y devolvernos nuestros derechos. Se nos ha dicho hasta la saciedad que el país iba a hundirse, que se implantaría el comunismo, que habría una nueva Guerra Civil... Es sorprendente cómo muchas personas que apenas disponen de recursos para llegar a final de mes han votado al PP por temor a que se rompa España, o a que el país acabe como Grecia o como Venezuela, cuando sólo tienen que salir a la calle para ver gente buscando comida en los contenedores, o a pobres durmiendo en los mismos bancos que les han robado las casas. Hoy día ha desaparecido el contrato fijo, y el salario mínimo es uno de los más bajos de Europa, pero los impuestos suben y se nos priva del acceso a una educación y una sanidad públicas, y se sigue votando al PP.
Cuando se habla de terror rojo y la población se atemoriza; cuando se habla de peligro de otra Guerra Civil y la población se atemoriza, es porque algo no va bien. En 1936 hubo una Guerra Civil impulsada por los elementos reaccionarios del país; estaban implicados la monarquía destronada, la iglesia expulsada y los grandes terratenientes, cuyas posesiones habían sido repartidas entre los pequeños campesinos que las trabajaban. Negándose a perder sus privilegios, estos grupos se alzaron contra el gobierno republicano de la mano del ejército nazi, el más poderoso de Europa. Fue un ataque feroz, que llegó más allá de la propia guerra, pues se manifestó en la dura represión posterior, durante los años 40. Anarquistas y comunistas, que habían dirigido la resistencia, fueron incansablemente perseguidos y exterminados, con la idea de no dejar el menor resquicio del régimen que había hecho peligrar sus privilegios. Interesaba sembrar el pánico, amedrentar al país, para que no tuvieran la tentación de volver a cuestionar su hegemonía. Esto se vio de nuevo entre 1975 y 1978, cuando entre los militares hubo tensión por la legalización del PC, la cual se tradujo en el asesinato de comunistas, como los tristemente famosos Crímenes de Atocha. El miedo penetró en el subconsciente del pueblo y, a pesar de que el PC había liderado la resistencia antifranquista y había puesto los muertos, recibió escaso apoyo en las urnas, para evitar que se levantaran los militares.
Hoy, más de cuarenta años después de la muerte del dictador, el pánico sigue latente entre quienes vivieron aquel régimen atroz. Ésa es la causa de que callen tantas voces y prefieran aceptar esta humillación, este sistema que calca el bipartidismo de Alfonso XIII, ahora con marcados elementos dictatoriales. Y, junto a ello, una gran ignorancia, por la falta de formación y de capacidad crítica para superar toda la red de propaganda y de mentiras de esta mafia. Interesa que el pueblo sea inculto, que no cuestione nada, que asuma su explotación y trabaje duro. Y es así como España sigue viviendo en el s. XIX, anhelante del ejemplo que le da su vecina Francia por una reforma laboral que perjudica a los trabajadores, Ahí no han soportado casi medio siglo de opresión, y se tumban leyes injustas, mientras acá las calles se toman las calles a causa de acontecimientos deportivos. ¿Cuántas generaciones han de pasar para que despierte el pueblo? ¿De verdad tiene solución este país?
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
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