lunes, 30 de mayo de 2016
LA CONDENA
El juez, tras el estrado, al tiempo que golpeó con el mazo, gritó con similar firmeza:
Este tribunal condena al acusado a muerte lenta. He dicho.
Los verdugos fueron los primeros en ponerse en movimiento nada más conocer la sentencia. No era la más habitual, desde luego. La última que recordaban ocurrió diez años atrás. Sabían que tenían que realizar muchos preparativos y tener en cuenta muchas variables que podrían influir en la ejecución del veredicto. Una de ellas era, sin duda, el control de las enfermedades. Nada ni nadie podía acelerar el castigo. En ese aspecto consistía la muerte lenta. El control médico, en estos casos, era muy exhaustivo.
Cuando el inculpado supo de la resolución del juez, exigió la cena especial de los condenados a muerte. Los carceleros se la negaron por consejo médico. Precisamente esa cena tenía un contenido alto de colesterol, muy perjudicial para la salud, y podría enfermarlo y retrasar aún más la ejecución.
Isidoro Irroca
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