miércoles, 27 de enero de 2016
SIN ESPERANZAS
Estoy cansado de las mentiras, de que la gente trate de ocultarme la realidad con dulces palabras; de que intenten maquillar mi propia vida, o el mundo que hay afuera, para que no perciba mi insondable vacío. Estoy harto de las esperanzas vanas, de los discursos que me piden calma, y que se afanan por cerrar las profundas heridas de mi alma con meros placebos, con insípidos sucedáneos, incapaces de aportar a mi triste existencia el sabor que le falta, que hace tantos años para siempre perdió. Hace muchos años que se me cayó la venda de los ojos y asistí espantado a la cruda verdad que durante tantos años se me había ocultado. Ya no era posible mantener la farsa.
Detesto que la gente trate de negarme lo que mis ojos ven a diario; de endulzar una vida que se agrió durante los primeros momentos, aún antes de haber florecido; de que me sugieran paciencia y confianza en un futuro más llevadero.
La realidad me ha alcanzado, me ha atrapado, y pretender que se me escapen las evidencias es un insulto a mi inteligencia. Ya han caído los diques que durante tantos años contenían mis lágrimas, que ahora, acumuladas durante tan largo tiempo, se desbordan casi a diario por una mezcla de rabia e impotencia; una frustración que hace que a menudo me abandone el sueño durante largas horas, sustituido por los amargos remordimientos de la vacuidad a la que me veo destinado; que me hace pasar interminables horas abandonado en el frío lecho, a oscuras y en silencio, entregado al llanto, ese llanto que me ahoga en el desespero; o pensando en esa vida tan anhelada, tan frustrada; en esos momentos deseados, en esas conversaciones ansiadas. Pensamientos que también acuden a mi mente durante mis prolongados paseos, ahora silencioso, incapaz de pronunciar los versos de esos poemas tan queridos, para no romper esos instantes de recogimiento, acaso por haber sido abandonado también por mi propia voz.
No sé. En cualquier caso, es obvio que cada día mi cuerpo está más mermado, y que poco o nada hago por ralentizar su cada vez más rápido deterioro. No importa. Sé que lo mejor que podría ocurrir sería que el final se precipitara cuanto antes, para dejar de ser un mero espectro en vida. Ya sé que todo ha terminado. Para mí ya no hay esperanzas.
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
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