sábado, 2 de enero de 2016
LA DESPEDIDA
Increíble,
ha abandonado
el relámpago su invulnerabilidad
y escupe noches
con aleros oprimidos en su quilla.
Con su vestido forrado de cuero,
llena y pliega,
en pétalos de viento
muchos nombres,
suprimidas las flores,
que amortajan
la calma de los jinetes.
Abraza la envoltura
de un barro arrogante,
con valses transparentes.
La orquesta los bordea con espuelas,
que arrancan besos de su boca.
Un gesto,
su punto de apoyo.
Galopa en arenas de luna llena,
ha cogido sin sombras
el vuelo en la planicie afilada.
Sin querer, en la frontera.
Un viento vacío,
se sentó, tumbándose
y se hundía.
Hay una moldura
en el flanco izquierdo de su ojo
que invita
entre gotas de agua
a remar hacía la flor del fruto
con tallos de fresas.
La tarde subjetiva de libertad
armoniza himnos
entre los árboles y el tiempo
con obras dramáticas.
Ella,
bajo su traje,
entre sus piernas,
llama con hermético clamor
un ramo libre de ensayos.
En la víspera
pero con argumento final
donde desemboca el sueño y el olvido,
el agua fugaz se ampara
en el sumidero del horizonte.
Jocosa,
traga la gota
que imita el agua
colgada del romero en flor.
Y desnuda,
como gaviota polvorienta
atraviesa en alto,
vehículo de arte,
unos veleros que lleva el viento
con sus bucles alados.
Un lirio espinado
la despide con anclas de espuma
vestido con residuos de música .
No tiene rostro, ni ciego
que cante su alegoría
en humo de cenizas.
Hay voces plegadas
que escupen ágiles
las nubes de lluvia,
con sonetos extendidos
clavados en el silencio.
Una brasa de su raíz
enterrada en la miel,
golpea con sus ojos negros
cada uno de los pájaros furiosos
al sacudir el muelle
donde crecen las flores tersas y ácidas.
Siempre comienza el mito
en la oscuridad de marchitos cipreses
entre troncos de cuevas,
con árboles a caballo
y frágiles pechos inclinados.
Son ermitaños hinchados de turbaciones.
No hay ángeles.
Pero siente
que la estatua, rota,
está en lecho frío
entre faroles de cristal.
Que otra vez se ilumina el valle,
que el verdor cambia en torno al día
entre hojas de follaje.
Se derrama frente al navío
en islotes de niebla
dando abrigo a una colmena de millas,
donde la cintura de huesos
en tímido vaivén,
por el puente de sus párpados
puede oír su latido
escrito en la oscuridad de los embarcaderos.
Un pétalo posee todo su cuerpo.
Es la única gaviota de esta orilla.
Manuel Vílchez García
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