miércoles, 27 de enero de 2016
PADRE.
Tú que eres la luz de mi primavera,
que impregnas de hermosas fragancias
el aire que respiro,
tú que me enseñaste a cabalgar con las estrellas
acompañando mis noches de desvelo.
Tú que me viste nacer indefenso pero hermoso
porque soy el fruto de tu amor puro y sincero,
que sin esperar nada a cambio
me has rodeado de tu bondad
para que en mis sueños no exista la derrota.
Tú que has dedicado tu vida
construyendo los ideales
para que aprenda aceptar
el triunfo y la derrota con humildad,
tú que nunca has ensalzado tus juicios,
ni ostentado tu bondad
solo con tus francas palabras
reconstruiste día a día el camino
para que acumule miles triunfos.
Tú que me enseñaste a poner el corazón,
los músculos, los nervios firmes
y con voluntad para seguir adelante
porque con tu amor de padre
me hiciste grande.
Gracias doy por tus reproches,
por tus concejos, porque con sabiduría
me enseñaste la justicia y la rectitud,
gracias por tus nobles sentimientos
por ser ese gran hombre
que me enseñó a luchar
y nunca a mis sueños renunciar.
Gracias por tus palabras de aliento,
por tus silencios elocuentes,
por tu mirar lleno de sabiduría
que calmaron dulcemente
mis momentos de tristeza,
que sin perder la calma y razón
lograste mantener en alto mis ideales.
A esos lentos pasos,
a tus cabellos blancos,
a tu cansado hablar,
a esa vida llena de historias
y a esas arrugas marcadas por el tiempo
porque dentro de mi alma guardo
todas las cosas bellas de la vida
que me enseñaste a vivir.
Alberto Camargo (Colombia)
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