lunes, 28 de diciembre de 2015

SONETO XII


Sus manos delicadas, temblorosas,
Ya débiles, estaban siempre frías,
Mas no sus ojos, cuyas alegrías
Lucieron en el fuego de dos rosas.

Sus piernas caminaban temerosas
De algún tropiezo, pero ciertos días
Andaba con soltura si, en las mías,
Sus manos se apoyaban jubilosas.

Y, júbilo febril, me dio el hechizo
Que pueden dar los ángeles del cielo,
Hasta que su sonrisa se deshizo.

La luz del sol cortaba el blanco hielo
Que el prado hirió, con nieves y granizo,
Pincel de la mañana sobre el suelo.

José Ramón Muñiz Álvarez 

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