lunes, 27 de julio de 2015
ACECHO
La ciudad no estaba preparada.
Para ver descender de los rascacielos a la iguana.
Ese eclipse sin sombra ni luna,
Ni a los bancos de peces de metal nadar dentro
de una retina recién cortada.
No, no lo estaba.
Tampoco estaba preparada.
Para que las paredes gritaran con voz de perro.
Ni para que los títeres manejaran las cuerdas
que controlan a los hombres.
Ni para que la noche cayera a plomo contra las llagas.
No, no lo estaba.
Ni estaba preparada
para que los suelos se abrieran,
expulsando mandíbulas de cocodrilo contra la calzada.
Ni para que las farolas fueran arrancadas de cuajo,
como flores con raíces metalizadas.
Ni para que la noche fuera un caballo
golpeando las frentes con pezuñas de plata.
No, no lo estaba.
Tampoco estaba preparada
para ver como la miseria juega con el miedo a las cartas.
Ni para ver como el sol se hunde.
En un mar de escarcha
Ni para que los niños escribieran con sangre
la palabra hambre en las pizarra.
No, no lo estaba.
La ciudad no estaba preparada
para que se hundieran los corazones en las gargantas.
Ni para que las mariquitas
levantaran la piel de los toros a dentelladas.
Ni para oír cantar a los ángeles de ceniza.
Sobre las alambradas.
No, no lo estaba.
En este silencio de trompetas y fusiles.
La ciudad se volvió cangrejo.
La amapola se volvió hueso.
La luna clavó sus uñas en la pared del tiempo.
Y la muerte es. una iguana bajando por un rascacielos.
Debora Pol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario