jueves, 4 de junio de 2015
FARRA
Sobre la acera húmeda
éramos siluetas de charol.
De entre todas las noches,
las ebrias, sin rumbo
(la cicatriz en el luminoso
retemblándonos alados),
nos vindicaba del dúctil pellejo
todavía sin relucir deforme.
El Café Barbieri, mortecino,
era una estampa velada
agotándonos afónicos,
peregrinándonos sin despertar.
Nos besábamos sin recuerdo,
frotándonos la ginebra de la lengua,
y escribiendo versos sueltos
sobre el mármol de las mesas
con los minotauros adolescentes
que esquivaron los puños de Teseo.
¡Cuánto derroche de pupilas
entre el viso de luz amarillenta!
Era tan cómodo el tiempo
que nos extendíamos sobre su panza
aplastando la desesperanza
que restallaban los minutos.
Rojizos al amanecer, excesivos,
bandeándonos al abismo de las aceras,
tomábamos las perchas contiguas
donde se iban amontonando las sombras
y alborotábamos el último hito
ganando el pespunte al sol.
Luego dormíamos en un solo cuerpo,
abrazados, eyaculando sueños.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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