A veces encuentra uno un pasaje por donde colarse y vuelven a la mente todos los recuerdos, imágenes que sabemos tramposas, deformadas, retorcidas por la misma mano que nos aleja del comienzo. Y hay voces y rostros, gestos que han quedado incrustados en el alma como la almeja en su valva. Y por un instante no estamos seguros: si el sueño es real, y nos hallamos en escena, o si efectivamente es sólo un trampantojo y todas esas figuras que nos acompañan no pasan de ser meros jirones de niebla.
Trabados en ese pasaje interminable del recuerdo, nos tienta tomar en serio las visiones. De alguna forma y en respuesta a no se sabe qué conjuro somos los hacedores de sueños, damos forma o bien desmembramos sin remordimiento las sombras incipientes.
Hay pasadizos en la memoria que se parecen en todo a una herida abierta: como la sangre del tajo manan los recuerdos, semejantes a un torrente a veces, otras apenas empapando la tierra, y uno se pregunta si en el fondo no será todo en vano, tan parecido a un abismo sin puente, una intemperie absurda que atravesamos expuestos bajo una lluvia de dagas en punta...
Trata uno de burlar ciertas apariciones, dejar atrás los ecos, dirigir sus pies hacia el siguiente paso, y lo anima una urgencia loca por salvarse del tiempo.
Pero- comprende al fin- no se puede escapar de la memoria: vivir es acordarse del futuro.
Carlos Bonino
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