sábado, 30 de mayo de 2015
EL PUERTO PERMANECE SILENCIOSO
El puerto permanece silencioso,
como un suspiro triste ante las luces
que muestran las estrellas solitarias
que brillan, temblorosas, en la noche.
Y, al tiempo que los viejos marineros
descienden las pendientes, sin apuro,
el faro alumbra el mar y su belleza,
bañada por el beso de la luna.
Las aguas se adormecen y bostezan
en ese lecho suave, pues las olas
a duras penas llegan con la furia
que suelen cuando el mar está bravío.
Son horas de paciencia en ese llano
inmenso, inabarcable y majestuoso
que va de un horizonte a otro horizonte,
tejiendo el infinito entre sus manos.
Y duermen las gaviotas, pues esperan
el alba que se tiende milagrosa,
mostrando los caminos de su vuelo
a zonas apartadas que se pierden.
Se siente en el ambiente ese salitre
que hiere, que se eleva y que deleita
el gusto del que busca, en cada ruta,
llenar su red con todos los cardúmenes.
El pueblo va quedando tras la popa,
y el agua va agitándose en la boca
del puerto que contempla tanta calma
y ve partir al mar a los pesqueros.
Mas hay noches de furia y de tormentas,
de azotes repentinos de las olas
que arrancan, caprichosas, cuando quieren,
un grito que se vuelve todo espuma.
Y es grito tenebroso, es grito lleno
de rabia, de dolor y de coraje,
un grito que se pierde en lo lejano,
hiriente con los pobres pescadores.
Las últimas semanas de septiembre
los mares se violentan, se violentan
las aguas, las espumas y los vientos
que agitan esas olas hacia tierra.
La arena de las playas ve otras veces
los ocles esparcidos por doquiera,
después de las tormentas que el otoño
decide, si es que viene el tiempo malo.
Las redes, el sedal, el aparejo
valdrán de nuevo a viejos marineros
que luchan con el viento y su chillido,
volviendo al mar en sus embarcaciones.
José Ramón Muñiz Álvarez
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