sábado, 28 de marzo de 2015

EL MIEDO A LA SOLEDAD


Cada mañana, al despertar, tocaba el otro lado de la cama para asegurarse que no estaba solo. Al notar la otra presencia, le invadía entonces una sensación de tranquilidad absoluta. Cuando no era así, o no escuchaba ningún ruido de vida en la casa y tenía que enfrentarse solo a sus más mínimos movimientos, la ansiedad y la agonía eran terribles.
No había espejos en la casa, ni objetos metálicos que emitieran algún reflejo, o cualquier cosa que permitiera devolverle su imagen. No soportaba la soledad, aún a costa de escuchar a diario aquella voz chillona y estúpida que nunca le llamaba por su nombre o le insultaba en su más mínimo tropiezo. Todo, por inaguantable que pareciera, era más llevadero que la idea de enfrentarse a sí mismo. Hasta que un día, justo cuando había tomado la decisión determinante de acabar definitivamente con aquella tragedia, descubrió a su sombra. No necesitó a nadie más. Desde entonces se hicieron inseparables.

ISIDORO IRROCA

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