sábado, 27 de diciembre de 2014
MIDAS
I
Dionisio lo premió con un deseo
por su hospitalidad. Él pidió oro.
No escuchó hablar de Ícaro o del toro
con cuerpo de hombre que mató Teseo.
Quiso volver dorado el Mar Egeo
-La historia no lo cuenta pero un coro
de borrachos se la ha enseñado a un loro
que la repite por Montevideo-.
pero se volvió viejo en el intento,
atorando palomas con miguitas
de diez quilates en alguna plaza.
Perdido todo: la mujer, la casa
sentado silba a puro descontento
haciendo de las lágrimas pepitas.
(Le calienta los pies un perro flaco
cuando la niebla fina se levanta.
Él esconde los ojos bajo el saco
y así con voz cascada tiembla y canta:)
Mi mujer, la sirvienta, dos vecinas,
la heladera, el portón, y los espejos,
El parral, el jarrón, los diarios viejos,
el rosal, el malvón, las cinacinas.
Las latas de ananá, las de sardinas,
los anteojos y los catalejos.
El balcón, el parqué, los azulejos,
y un blister olvidado de aspirinas.
Todo se vuelve barro con el tacto.
El método es de Apolo. Lo delata
su venganza anterior, más redituable.
Dejo el fangal oscuro, irrespirable,
y me baño en el Río de la Plata,
volviéndolo marrón con el contacto.
Del libro Descendencia de HORACIO CAVALLO -Uruguay-
Seleccionado por Juan de Marsilio
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