martes, 7 de octubre de 2014

TIMIDEZ


De reacciones virtuosas y castas,
sus caricias eran cortas
y miraba con complejo
los rostros de los demás.

Su párvula cobardía,
crestas de ola en sus cicatrices.

Alejaba el cuerpo
y encogía sus versos
porque era poeta,
poeta del silencio y la mugre.

A veces bebía y su pánico
se convertía en un tigre
de siete cabezas.

Luego se retiraba con la  resaca a cuestas,
se enroscaba entre las babas de su impotencia
y contraía los músculos de su alma.

Era grande y único
pero ni él quería saberlo.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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