Cierto era que me había equivocado,
que el retumbar en mi pecho herido
era funesto tabaco y miríadas de cerveza,
sin acoger el sibilino hálito de tales musas
que derrochaban sus humores amarillos
entre mis dedos aferrados a la tinta.
Me equivoqué de nuevo, una y mil,
sin cesar al papel cual manía estúpida
y mancillarlo de soledades irremediables.
Al caso, cual depauperado oficio de poeta,
sigo oyéndome sordo y errado de rumbo,
como lloviéndome piedras coloridas,
mientras escucho un latido desigual,
cada vez menos convicto por seguirme.
Manuel Jesús González Carrasco -Madrid-
No hay comentarios:
Publicar un comentario