sábado, 25 de octubre de 2014

LLUVIA


Estoy oyendo llover. Y me desintegro, pierdo las formas que me limitan para diluirme en el agua. Estoy lloviendo y choco estrepitosamente contra el alero del quincho y me resbalo por las canaletas, me filtro en el jardín, arrastro la tierra de las barranquitas, me encharco en los desagües. Asumo tantos ruidos diferentes, colores, transparencias. Chorreo, goteo. Golpeteo contra las aplanadas hojas del filodendro y salpico los vidrios. Me enfurezco en los techos buscando sus fallas, sus grietas escondidas.
Yo no puedo dejar de llover. La sensatez indica el intento de cimentarse en una casa. Una casa acogedora, de grandes ventanales con prudentes y castas persianas, con avizores cerrojos nocturnos. Pero no puedo abandonar la intemperie, no ser lluvia. Lluvia. Desordenada lluvia que no admite forma global, que está y no está en la gota, en el canto, en la nube, que forma napas y alimenta ríos pero no está ni en lo uno ni en lo otro.
Soy la que se derrama, se regala, penetra, fertiliza, moja, empapa, limpia o ensucia, según.
Sólo sé caer, desparramarme, deslizarme y permanezco únicamente en el oído de los hombres como una música de orígenes que los empuja hacia dentro de su corazón en busca de un techo no existe para mí, que soy la lluvia, la que está fuera. Deshilvanada, deshilachada, descabellada, desnuda. La que está fuera llorando su exilio.

Del libro “ Del luminoso error” de Graciela Perosio -Argentina-
Seleccionado por Rolando Revagliatti

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