Memoria de velos cubre
la ceremonia fúnebre;
la bajada al hueco del ataúd
con cimbreantes cuerdas.
Ni verlo, ni recordarlo.
Había reprimido el día,
mas una misteriosa fuerza
le empuja hacia la tumba.
¡Oh, amado mío!
¡Oh, compañero de mis sueños!
Y lágrimas resbalaban
a cada exclamación que daba.
Y ahí estaba cubierto
por una capa de tierra sucia.
Y la sepultura dejaba
al tapizado de hierbas.
Y se sentía liberada con la firmeza
de una situación irremediable.
¡Perdona la tardanza!
Da igual.
La tesitura era la misma.
Ana Maria Lorenzo
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