domingo, 26 de octubre de 2014
AVE DE NIEVE AMARILLA
El desconcierto está a bordo
de un ocre artefacto sordo
que hiende la pesadilla.
Al sur de mi ventanilla
se ha coagulado un islote
y yo percibo
en su escote de tolerancia magnética
una sed mitopoética
devenida en estrambote.
Convicto de la miseria
pongo a prueba mi manigua,
en la seducción ambigua
que ejerce la periferia.
Disecciono mi materia
en patria
y obscenidad,
pero elijo la mitad
menos drástica,
y extraigo mi fervor
de un desarraigo rancio de insularidad.
La nación está en fragmentos,
desnuda,
sobre la cama,
y yo calibro la trama
carnal de mis argumentos.
Debo elegir
entre cientos de epicúreos intersticios,
desdoblarme en artificios,
duplicar las percepciones
para que mis emociones
no igualen sus precipicios.
Enigmáticos son esos cotos de penumbra
que se asemejan a la irrealidad
y al cabo pertenecen
a la reconstrucción descarnada
que es el paisaje de un cuerpo poseído.
Como el poeta francés
sucumbí a la tentación de sopesar los límites
e interpuse fragmentos de claridad prohibida
como el que busca un ángel
en el centro de la noche.
Si miro a las tinieblas
que de un momento a otro
descenderán sobre mis páginas
puedo asegurar
que hay cuerpos cuya aritmética
es absolutamente impredecible
y empujan hacia lo fatal.
A la manera en que Saint John
organizó sus titubeos
me pregunto si estos desórdenes,
entrevistos desde la cuerda floja,
no serán síntomas
de una edad cuyo fin toca a la puerta.
Saint John Perse:
yo amé lo advenedizo
y escribí aburridos poemas
sobre la desnudez,
la patria
y el espíritu,
con la misma inocencia
de quien ingresa desposeído de otra latitud,
con el mismo sobresalto
de quien se marcha
en busca del vellocino negado por los dioses.
Isla anorgásmica encima
y la deserción arrecia en cada gramo de amnesia
que la ausencia legitima.
Lo fragmentario da grima
visto desde lo total.
Un imposible abisal filtrado por la molicie
reintegra a la superficie el letargo nacional.
Entre los senos tediosos
de la patria,
inexpresivo,
en el triángulo lascivo
hundo mis dedos capciosos
y trazo surcos morbosos
por el éxtasis,
yo,
arcádico,
yo,
ingrávido,
yo,
esporádico exiliado de las frutas voluptuosas,
y las putas
de René López.
Yo,
sádico.
A bordo de mi propia miseria
crucé el océano
y respiré profundo la mediatización
de mis sentidos.
Junto a las cumbres heladas
comprendí lo que es haberse desgastado
en escrituras semejantes al odio,
cotidiana silueta de existencias vencidas
por la falta de fe,
la obsesión
y la culpa.
Confieso que siempre había añorado
pronunciar las sílabas de la libertad
como se rozan los muslos de una muchacha
por debajo de la mesa,
sin embargo la estatura del miedo
no abandonó un instante el rostro del escriba
que quiso transgredir la mediocre prosodia
de un idioma recóndito.
Mientras duró el milagro
de retener una mirada entre vasos servidos
con imposibles libaciones,
y la certidumbre de poseer
la piel estremecida de una duda foránea,
estuve a punto de afirmar
que hay voces en lo efímero
superiores a un gastado argumento.
Obnubilado por la confusión,
pretendí conformar mis derrotas
a la medida del silencio,
y, contra toda lógica,
regresé a los tugurios
donde antes me reproché el peligro
de ser un pétreo desamparo.
Lo aposté todo al desaliento
y la agonía de permanecer
entre la abulia de mis semejantes
y la zozobra del que aguarda más allá del océano,
aunque jamás pudiera
atisbar, desde lejos, los contornos
de una ciudad traumática.
Desnudo,
sobre la alfombra vulgar de la cordillera,
de pie,
sobre una bandera enrarecida de sombra.
Escucho un brocal que nombra
mis cerrazones oriundas
y quiero hendir sus rotundas cláusulas,
quiero anular la embriaguez,
y regresar
a mis guásimas profundas.
Ave de nieve,
ave errante.
Ambivalente sintagma.
La lejanía es un magma críptico y enajenante.
La lejanía mutante.
Antitético concilio.
Cuerpos que piden auxilio
cuando la Paz queda muda.
Y yo,
destierro la duda,
en las aguas
del exilio.
Ronel González -Cuba-
Seleccionado por Claudio Lahaba
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