Al principio, parecías inalcanzable. Estabas como en un pedestal, una auténtica diosa griega. Yo te miraba desde abajo y siempre te veía, hierática, impertérrita, brillante.
Un día me animé y me acerqué a ti, con mis manos extendidas, dispuesto a tocarte. Te vi avanzar hacia mí, temblorosa, como perdiendo el equilibrio. Y todo lo que creía saber sobre ti se desmoronó en ese breve instante.
—Traumatismo de cráneo —dijo el médico—. Tuvo suerte de que esa estatuilla de bronce no lo matara.
Miguel Angel Dorelo, Giselle Aronson y Saurio -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
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