Cuando empecé a trabajar por primera vez en una oficina
me hicieron cargar casi desde el primer día
con una franqueadora que pesaba unos ocho kilos.
Una vez al mes aparecía yo en la oficina central de Correos
para que, y a cambio de dinero constante y sonante,
me recargaran la máquina para poder sellar sobres con ella.
El jefe de Correos era un señor muy mayor, histérico, calvo
y escuchaba en su oficina kiss fm a todo volumen.
Luego, en la oficina, cuando pasaba la máquina por los sobres, dejaba manchado el ángulo superior izquierdo de tinta roja con el precio de la carta, correo ordinario, correo certificado.
Mientras esculpo mi extraño recuerdo y me preguntó a santo de qué y en este preciso momento me llegó a las mientes,
intento ver la absurda relación entre lo que hacía y lo que pensaba yo cuando me asaltó tan infausto recuerdo.
Y eso que solo estaba pensando en lo mucho que le debía y le debe Gabriel García Márquez a Álvaro Mutis, en sus prosas y sus poesías.
Quizás sea el recuerdo del peso de la franqueadora el que relacione con el peso del plagio y del ego entre el Gabo y el gaviero. Tal vez.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
No hay comentarios:
Publicar un comentario