martes, 29 de julio de 2014
CRÓNICAS URBANAS I
Estoy en el Subte D, delante de mí hay una pareja. Ella, es joven -tal vez, tenga unos 25 o 26 años- es delgada, de facciones delicadas, muy bonita; él parece tener casi la misma edad, tiene su barba prolijamente recortada, el pelo corto. Los dos vienen con sus celulares en la mano, no tienen libros ni carpetas. Se conocen pero no se miran a los ojos. Se sonríen pero no se miran de frente, sólo con el rabillo del ojo. Sus miradas no se cruzan.
Se temen, pero se buscan. El intenta, una y otra vez, acercarse y tocarla -al menos- con alguna pequeña partecita de su piel. Ella lo espera con todas sus fuerzas. Pasan las estaciones, las sonrisas, los comentarios, los mensajes por celular. Pero siguen si poder mirarse. Tan llenos de ganas como de vergüenzas.
Se atraen y se temen. Se gustan y se reprimen. Me queda sólo unos minutos de viaje. Ellos seguirán así por mucho, mucho tiempo, tal vez muchos días o meses…
El subte llegó a Bulnes. Debo bajarme. Se me hace tarde, si no estuviesen esperándome -con una pizza caliente y una cerveza bien fría- me acercaría y les diría que se gustan desde la punta de las uñas hasta la médula. Pero llego tarde, tal vez ellos también lleguen tarde a darse cuenta de todo. O tal vez no.
Leandro Murciego
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