De Boedo a Coghlan.
Recaló en Sócrates
con tiempo justo para beberse el cielo,
el barrio tenía entonces glorietas en verano
y baldíos olorosos a frescura campestre.
Las cosas se le dieron como a los bienvenidos:
halló vecinos de silla en la vereda
igual a aquellos de Chiclana o Inclán,
y al estaño del almacén del Carpintero
—su mesa de tute, los versos de Manzi—,
lo empardó el mostrador de Superí y Congreso.
Nocherniego celebrador de madrugadas,
de regreso con la emoción transida,
en su cortada mínima encontraba reposo.
Por eso con corazón porteño, agradecido,
cuando volvía a su oficio de luna y buenosaires,
llevaba puesto a Coghlan sobre el alma.
Del libro Cielo de Coghlan de RUBÉN DERLIS -Argentina-
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