sábado, 5 de abril de 2014

LOS MECANISMO EN LA COCINA


Parecen seguir el mismo ritual que los actos anteriormente llevados a cabo. Antoine prepara el desayuno con parsimonioso ceremonial como si este desayuno y todos los desayunos se fundieran en uno mismo o como si cada movimiento formara parte de un todo inexplicable.

Cada uno de ellos tiene una función que parece aprehendida desde inmemorables siglos: un acto que no necesita juicio alguno. Como seres robotizados ella prepara las tostadas, él el té y los cereales; ella la bandeja y las tazas; él sirve el té humeante dejando reposar el de ella unos minutos más. Luego el resto es una repetición de secuencias. Uno frente al otro imaginando o programando su día. Ella se dirigirá a su trabajo como cada mañana. El beso en la puerta, la mirada evasiva, el hasta la tarde y te llamo. Él quedará en casa, hará su trabajo e intentará escribir un libro que hace tiempo en su mundo de las ideas anda rondando y cada día con más ímpetu llama a la puerta de Antoine. Cuando abre la misma ante él hay una figura entrañable: un pequeño niño de rizados cabellos que porta en su mano derecha casi de su tamaño un planeta en el que un árbol extraño vierte su sombra amable y hospitalaria como aquella de la higuera donde se sentara el padre de todos los mitos.

Cuando Antoine no encuentra inspiración o el niño pequeño con su planeta no viene a buscarle, recuerda a su amigo Julio que le decía: “Antoine, cuando al escritor no le vienen las ideas, lo mejor que hace es destensar el arco y salir a tomar unos vinos con los amigos”. Y él sigue el consejo y sin dibujar una rayuela sale de casa porque sabe que está pronto el encuentro que cada día se produce en el ascensor.

SALVADOR MORENO VALENCIA

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