En la melancolía de tu pelo,
el café de la tarde se derrama
sobre tu nuca –el tueste de esta llama-:
¡y eres como un aroma y un anhelo!
-una columna de humo sobre el suelo-.
En la melancolía de mi cama
busco tu cuello: ¡y dejas que te lama
la oreja, entre los pájaros del cielo!
En la melancolía de la tarde
están mis pobres dedos algo tristes;
¡pero, mi larga lengua está que arde!
Con la melancolía que desvistes,
-crepúsculo de fuego-, en un alarde,-
tu cuerpo: ¡muero cuando ya no existes!
Antonio Ramos Olmo -ESPAÑA-
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