Paseo por sus gastados
senderos de arena, acaricio
levemente las hojas
de los setos, los desmayados
labios de las glicinas.
Miro el cáliz
de una pequeña acequia
que colorea el verdín.
En alguna rama
que la vista no descubre
suena el borboteante
pífano de los jilgueros.
Abandonadas guirnaldas
languidecen
en los bancos, ecos mudos
de una celebración
que duerme ya en lo antiguo.
Sin darme cuenta
me acerco al templete
medio oculto por el acoso
de la hiedra, el que contiene
una decapitada
estatua de fauno, masa
gris casi cubierta ahora
por los excrementos de palomas.
Aquí mismo, apoyado
en la rota columna,
yo te leía mis versos
muchas veces... o empapaba
el musgo de tu piel
con el rocío de la voz.
Y, por un momento,
me parece sentir
que tu espectro cobra vida
de nuevo, como en aquellas
tardes en que el mundo
era sólo materia del olvido...
RAFAEL SIMARRO
No hay comentarios:
Publicar un comentario