sábado, 1 de febrero de 2014
ÁTOMOS Y GALAXIAS
Tanto el concepto del espacio como el del tiempo siempre se nos escapan de las manos, pues ni vemos los detalles minúsculos del día a día, ni somos capaces de abarcar los heroísmos, las grandes hazañas. Nuestra vida transcurre en medio de estos dos gigantes, de modo que debemos aprender todo lo que podamos en el camino. Comprender que hasta lo más insignificante tiene un significado en este universo, hasta lo más majestuoso presenta una serie de deficiencias, de puntos débiles que en su magnitud pasan desapercibidos. Con estas premisas se presenta Miguel d´Ors en Átomos y galaxias, de la mano de Renacimiento, con una poesía que no aspira sólo a enseñarnos las vergüenzas del mundo, sino, también, a convivir con ellas, a endulzarnos la memoria con la miel de los recuerdos, a cumplir la función primordial de una abeja: volar de folio en folio a la espera de que florezca el poema, sin prisas, de forma tan natural que el polen cae por su propio peso, se desmaya con un lenguaje tan común como irresistible.
Sus poemas adquieren la libertad de las aves, corren por el espacio abierto de una naturaleza que en ocasiones se erige más que en un marco en un personaje. Un personaje que despliega sus alas, que revolotea por el alambre discontinuo de la infancia, en un guiño cómplice hacia sus años de colegio, en un guiño sincero a nuestra lengua materna: el latín.
El recuerdo está hecho de azúcar, de sabores y de olores, que quedan impregnados en la memoria hasta que brotan en el papel con la misma intensidad con la que se vivieron, con el mismo mimo con el que se escriben. La memoria está llena de sonidos donde un Locus amoenus se despliega a través del canto de unos pájaros, por medio de unas aguas que recorren los ríos del pasado. Un enclave geográfico que vuelve su mirada hacia la vida tranquila en los pueblos de Galicia, hacia el anonimato de esos hombres que aman la vida por encima de las especulaciones, hacia el pulmón verde de los Pirineos, de las montañas de Navarra, de los neveros de Sierra Nevada, de las nieves de Guadarrama, hacia un amor que no envejece, a pesar de las arrugas, a pesar del tiempo, sino que va creando curvas, carreteras nuevas por las que transitar. El desencanto ante las acciones del ser humano sólo se ve compensado por el fuego constante del amor. Y una ironía con la que combate las injusticias, con la que se ríe de sí mismo, al modo en lo que hizo en su momento Jaime Gil de Biedma. Una cuota de responsabilidad que se reprocha en el poema.
Miguel d´Ors aparece como un pescador de sueños cercanos, de esos que caben en la melancolía de una lágrima, en la luz blanca de una sonrisa, en la belleza de una estampa atrapada en la pupila, en la música desenfadada de esos sonidos que nos sorprenden entre las ramas. Un buscador de detalles que conformen su día a día, sin necesidad de recorrer medio mundo para atraparlos. A veces, bajo nuestros pies late el corazón inconfundible del misterio. La sencillez inabarcable de lo cotidiano.
Enfila el tema de la muerte con la entereza del que sabe que no hay escapatoria, con la esperanza de estar en las entrañas de la tierra como una raíz que contempla la cordura de los árboles, el trino musical de los mirlos, con esa fe ciega en Dios, cuando manifiesta todas las carencias del ser humano, cuando la realidad no se comporta como nosotros queremos y tiende a la adversidad. En los malos momentos se conoce al hombre verdadero y nadie actúa por capricho, sino por propia voluntad.
Miguel d´Ors nos viene a confesar que la vida se bifurca en cada trazado del destino y en ese gesto radica el problema de todo ser humano. Para cruzar al otro lado del río se lanza infinidad de puentes en el aire y, sin embargo, elegimos uno para llegar a la otra orilla. El resto se difumina entre la niebla. Se pierde en la distancia. Acaso toma cuerpo en alguno de los poemas.
En Átomos y galaxias se aprecia un estado de felicidad por parte del poeta cuando se ve rodeado por una naturaleza cargada de plantas y de animales en un claro ejemplo de personificación, como si alcanzara la paz en un prado verde u observando el vuelo de papel de unas aves, antes que entre humanos, que tienden a consumir sus energías en las batallas del ego. También surge el poeta como un impostor que no puede competir con la naturaleza y, no obstante, se refugia en la pluma, como si el hecho de poner palabras en el camino, fruto de la reflexión, contribuyera a que ni uno ni los demás se perdieran en el trayecto de la vida.
En definitiva, Miguel d´Ors descarga una batería de cien poemas en el que hay un predominio de versos impares (alejandrinos(7+7), endecasílabos y heptasílabos), que se remontan a la tradición italiana del renacimiento, con octosílabos que beben de nuestra historia. Conjuga perfectamente el verso libre con la estrofa (romances, sonetos, cuaderna vía…), una maestría técnica con la variedad de temas, en un cóctel de serenidad que, si lo agitas, puede remover las conciencias.
ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN -Benalup-
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