martes, 31 de diciembre de 2013
DEL PALABRERÍO AL SILENCIO
No me puedo acordar pero lo cierto es que hablaba y hablaba…y convencía ¿De qué? Pues tampoco lo sé. Y me sorprendía aquello de lo cual no tenía conciencia hasta el mismísimo instante en que lo verbalizaba. Así como ahora me causa perplejidad, y a veces irritación, ver cómo ni tengo ganas ni me compaña tal locuacidad. Pero me digo que con tanto ruido alrededor tampoco es para echarlo de menos.
En los momentos de la pausa del café, mis compañeros no paran de hablar del trabajo -normal, estamos en ello- para pasados unos minutos enfrascarse en cadena sobre el Smartphone. No todos hay que decirlo, sin embargo no es la primera vez que estando con alguien desconecta por la cara de la conversación y “se conecta”. En este caso, “estar en la nube” no es puro eufemismo, es mala educación. Lo mío puede ser pereza y alrededor mío puede que también haya una gran afición al teletransportación. De igual manera la situación de estar sin estar, dicho vulgarmente “en la luna o en las nubes”, no es cosa actual ni requiere tecnología. Desde mi más tierna infancia practicaba el modo on-off, proceso por el cual las tareas menos apreciadas por mí y requeridas socialmente trabajaban en segundo plano, permitiéndome así navegar por las galaxias siderales. Lo cierto es que nos comunicamos y mucho, si reparamos en el aspecto cualitativo es otro cantar.
Aunque no lo parezca quería hablar del silencio. Hay unos cuantos y de todas clases: incómodos, sonoros, llenos, vacíos hasta el terror, de los que dan, de los que quitan, de los que juzgan…y como la música, la que nos llena, nos transporta, nos retiene, hasta el hilo musical que nos acompaña sin permiso.
Entre el ruido y el silencio ¿Qué hay? ¿Unas ganas locas de rellenar vacios, tal vez? Me siento como la gallina de la Lispector, hueca, pese a mi ánimo de relleno sin apelar por ello a la dieta. Lo hueco reverbera. Adoro el silencio. No para pensar si no para que todo resuene. Harta, muy harta de mi misma estoy y además, entender se me da bien mal.
Espero que ni la velocidad sobre la cual vivimos ni todo aquello que utilicemos para comunicarnos nos priven de la cortesía y de la intimidad del silencio.
Carme Maixé
Publicado en Agitadoras Revista Cultural
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