Quiero decirte, que habiendo pasado miedo, hoy te doy las gracias por el motivo y la razón que te empujaron para que pisaras mi ser.
Lucía el sol, el arco iris se mostraba eterno a mis ojos y de pronto caí por la borda sobre una inmensa masa de agua, empezó a llover y se creó en el cielo la tormenta más grande que jamás había vivido. Sentí a mi espalda el empuje de tus manos derribándome al vacío, mire a tu cara en un segundo y vi en ella tu celo transformado en fiera de la envidia. Lloré, reconozco que en ese momento lloré e incluso pensé que iba a ser tragada por las olas que golpeaban mi cuerpo, una y otra vez. Aprecié en mi como la impotencia se tragaba el último aliento de vida. Pero saque fuerza de flaqueza y luché por salir a la superficie, llené profundamente los pulmones de aire puro y al sumergirme de nuevo mis ojos se abrieron de par en par, colmados ante la belleza que la vida me regalaba y sentí la caricia de los pequeños seres que habitan en ese mundo desconocido.
Hoy, estoy segura de que solo fue un principio para aprender a nadar. Ahora me muevo en el mar, con la fragilidad de una sirena, paseo entre corales sin echar de menos el oxigeno que me proporcionabas según pensabas necesitaba.
Hoy, navego en un barquito de papel sin importarme las inclemencias del tiempo, llevo mi propia carta de navegación, creada en papel de estraza para que sea más resistente y me aúpo en las gaviotas para que me lleven de continente en continente.
El desasosiego se desvaneció, tolerado por el silencio de la incomprensión y recuperé lo perdido en el camino andado de tu mano, porque no eras fiel compañera de viaje, porque te mirabas al ombligo sin pensar en los sentimientos de nadie, porque el “yo, mi, me, conmigo” eran las únicas palabras a las que guardabas respeto tragándote aquello que no había sido creado por ti.
Hoy, vivo, siento, respiro…, y todo ello “gracias a ti”.
LOLA FONTECHA -Jaén-
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