miércoles, 27 de noviembre de 2013
EL DESPERTAR DE YIBRIL
Gabriel fui nombrado en la antigüedad, fuerza de Dios. Y el nombre era apropiado, bien lo supieron aquellos hebreos: yo expliqué las visiones a Daniel en el tiempo del cautiverio en Babilonia, y yo vencí a las huestes de Senaquerib. Pleitesía me rindieron más tarde los cristianos, pues yo anuncié a María la llegada de su hijo Jesús, y yo revelé a Juan el libro del Apocalipsis.
Soy yo también, Yibril, el más alto de los arcángeles para los ismaelitas, pues mi voz dictó el Corán al oído de Mahoma, y acompañé su alma en el ascenso a los cielos.
Yo, Yibril, he sido la fuerza de Dios desde el comienzo de los tiempos, el más poderoso de los seres angelicales.
Mas como ser angelical, privado de libre albedrío, he envidiado durante largos siglos a los hombres mortales; los he envidiado no me menos que el mismo Dios. Pues, ¿qué sentido tienen mis actos si son inevitables y no poseo el don de elegir? ¿Qué valor tiene mi fuerza si no hay poder con qué enfrentarla? ¿Qué sentido la existencia si nada apremia a vivirla con plenitud?
Piensan los hombres en la muerte como en una maldición, y quisieran por sobre todas las cosas sustraerse a su abrazo, pero los inmortales la anhelamos, ay, con el más hondo de los deseos.
Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, ha escuchado mis pensamientos y dará cumplimiento a mi anhelo. Me serán arrancadas mis alas y mi poder; despertaré a una nueva vida.
Gabriel caerá al mundo, sujeto al devenir del tiempo, al paso de las horas, los días y los años. Gozaré de libertad para elegir entre el bien y el mal, para amar y padecer. Y yo, Yibril, moriré llegado el día. Y mi existencia, la del más poderoso de los vivientes, habrá tenido así algún sentido.
Pablo Solares Villar (España)
Publicado en la revista digital Minatura 124
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