domingo, 24 de noviembre de 2013
DON JAZZ
Su verdadero nombre no lo sabía ni yo. Don Jazz era evidentemente un apodo.
Don Jazz era el español alto y negruzco que venía al comedor de los enfermos después de las comidas y nos contaba maravillas de los espectáculos de music hall de París y nos mostraba pañuelos que había comprado -trés bon marché, n’est-ce pas?- la víspera.
La primera vez que vino nos habló de Buenos Aires, donde ejercía de abogado. Nos contó muchas cosas que conocíamos por los libros.
-¿Saben? En Buenos Aires..., las mujeres, ¿comprenden?, tienen salas de espera para los clientes... ¿comprenden? No insisto, como los médicos o los dentistas. La señora, la patrona, en fin ya saben ustedes quién..., entra de cuando en cuando y pregunta a quién le toca.
Eso era puro Albert Londres.
Lo que me chocó de Don Jazz fue, en primer lugar, esa abundancia de «¿comprenden?», el inverosímil pudor que se escondía en su cuerpo grande de animal mimado como una flor en un barril, y luego las contradicciones que había entre sus distintos componentes físicos y espirituales.
(Por ejemplo, la contradicción entre tos y estornudo. Era seria, llena de dogmas y experiencia, una tos de hombre sensato. El estornudo era infantil, cómico e inoportuno a la vez). Más aún. Tenía órganos que se negaban entre sí o se peleaban.
Si nuestro español no hubiese estado construido de una sola pieza, las acciones de sus distintos órganos habrían cometido una interminable serie de asesinatos íntimos.
Es inútil añadir que el gesto contradecía la palabra. Recuerdo, a este respecto, la manera como nos dijo un día que no podía soportar los calcetines a cuadros: sacó la cabeza hacia delante, como si actuara bajo el peso de una fuerza rápida y pesada, abrió nervioso la mano con todos los dedos extendidos y el cuerpo adquirió la forma de un signo de interrogación.
-Son manías. Es curioso, ¿verdad? Manías...
A juzgar por el gesto, los calcetines a cuadros para él formaban parte de las incógnitas de orden metafísico que nos imponen la ética de la vida interior o la forma cómo hemos de lavarnos los dientes. Están emparentados entre sí estrechamente y en modo directo, en otro sentido, con el Cielo, la Tormenta, la Transparencia, la Célula y el Arsénico.
Sin embargo, la palabra, como ustedes habrán visto, era modesta.
El gesto ante la palabra era como un poste ante una oración y al revés.
Don Jazz murió de una contradicción de naturaleza geométrica en la cual, naturalmente, tuvo el papel principal.
Así es como pasó: el cerebro tejía un pensamiento hacia la luna, un pensamiento afilado, fino y vertical, ya que (eso lo sabe todo quisque) la luna está en lo alto y no alrededor; de lo contrario, no sería luna sino una especie de temblor de tierra.
Sin embargo, la mano tejía un pensamiento horizontal que, por casualidad, ilustraba con una pistola. La bala salió, por lo tanto, de una sien hacia la otra de manera horizontal, encontró el pensamiento vertical y, en el cruce, Don Jazz murió.
Los médicos no lograron descifrar este sistema de perpendiculación.
1929
MAX BLECHER
Publicado en la revista Un día es un día Ágora
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