Lejos, en los sembrados
de la Vida ,
latía el corazón del Hombre
enterrado
en la profunda
cavidad
de la copa
de la Naturaleza.
El Señor
de la materia
dormía
en la materia.
Pero, de pronto,
la luz
- sangre evaporada-
llenó
el espacio
con sus lanzas mensajeras
-los atributos
del Dios vivo cuyo
rostro dejó de ser enigma
para convertirse
en Amor, en puro fuego-
y la Tierra
cantó como una paloma
de cristalina esencia,
y de su cuerpo
se elevó el Hombre
como un árbol firme
que besaba con sus hojas
la luz diseminada,
y que sujetaba con sus ramas
el cielo, la Realidad azul,
madre de los colores.
Juan Manuel Pérez Álvarez -Ourense-
Publicado en la Biblioteca
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