jueves, 24 de octubre de 2013

RELATO DE UN SOLO DÍA.

Recostada en la baranda del lecho día tras día, llegué a pensar que eso era una parte obligada de unas horas del día que me habían tocado vivir.
¿Cómo es posible, que a esto y otras cosas peores, llegues a acostumbrarte?, pues imaginaos después de estar viviendo esta situación durante cuatro meses.
Mi mente vuela lo suficientemente deprisa para recordar cosas maravillosas para no estar triste, pero en cambio mis ojos estaban clavados en el lecho, donde tenían que estar, pero lo mejor era la visión que tenía en la ventana. Eso me ayudaba a soñar, la habitación estaba situada alrededor de unos árboles; aunque pobres de hojas por el otoño, para mí era suficiente ver las pocas hojas verdes que le quedaban. Recordaba su niñez cuando jugaba en los parques, siempre fue una persona muy inquieta, nunca se imaginó la quietud que le tocaría vivir al final.
Una tarde no me di cuenta que de pronto había oscurecido. Yo seguía apoyada en la barandilla del lecho pensé que cómo había acabado de ver el sol en el reflejo de los cristales y en tan solo unos instantes me di cuenta que el sol había desaparecido. Era la luna la que me estaba mirando.
La realidad fue el recuerdo tan fantástico que pasó por mi mente, que hasta se me hizo corto. Fue un viaje fantástico de toda su vida y lo recordé en unos instantes. Todo fue tan rápido que sus setenta años de vida los pasé del día a la noche sin darme cuenta.
Mañana seguiré recostada en la misma barandilla.

ROSARIO FERNÁNDEZ -Sevilla-
Publicado en la revista Aldaba 15

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