Desperté en medio
de una lúgubre oscuridad
mis ojos no podían
traspasar aquello tan oscuro.
Mi cuerpo amortajado
no dejaba moverme
y mi respiración
se agitaba aún más.
Mi corazón latía fervorosamente
y transportaba a mis venas
la sangre que se aglomeraba
en mis sentidos.
quise gritar, un sonido gutural
se escapó de mi garganta
que como eco resonó
en mis oídos.
Supe en ese instante
que estaba encerrada
en una aterradora caja.
¿Por que esto me pasaba?
Moviendo con desesperación
mis extremidades
sintiendo como mis uñas
desgarraban la suave mortaja.
Poco a poco fui
desembarazándome
de aquellas ataduras nefastas
que me mantenían rígida.
No recuerdo nada
solo que acariciando a mi gato
me quedé dormida
plácidamente en mi cama.
Oh rito de la muerte
quizás mi corazón se detuvo
y todos pensándome muerta
me encerraron en esta
ceremonia macabra.
Un ataúd oscuro
donde la sombra de la muerte
me esperaba con su guadaña
para llevarme a prisa
a su morada.
Comencé a sollozar
mis gritos eran cada vez
más fuertes.
Mis gemidos de dolor
se entremezclaban con mi horror.
Traté de tranquilizarme
y con la poca fuerza,
aspiré profundamente
y con mis piernas y mis brazos
patee fuerte la dura tapa.
La entereza ya me dejaba
el aire me abandonaba
y en un último intento
logré romper la bisagra.
Dejé escapar unas lágrimas
y al mirar nuevamente
vi el cielo cuajado de estrellas
y la luna llena en el poniente.
No estaba muerta aún
sentí el frío de la noche
que helaba mi cuerpo
todavía no habían tapado
con tierra, este ataúd siniestro.
Sentí un escalofrío que recorrió
mi cuerpo y mi alma.
Estaba viva lo sé
miré al cielo y dí gracias.
Jamás me volvería a ver
encerrada en un féretro
entre vestidos mortuorios
de blanca seda arrugada.
y al salir de la tumba
miré al derredor abrumada
aquellas cruces y la´pidas
que hubieran sido mis compañeras
de mi horrorizante final
aquí encerrada.
Diana Chedel -Argentina-
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