(Galardonado con el Premio Saigón de Microrelato 2010)
Se preguntaba qué hacía él allí, solo, semioculto entre los escombros y los cimientos del edificio recién destrozado por las bombas.
Le habían dicho que sus principios eran pisoteados. Que su patria era única.
Su dios el más grande. Que morir por esos ideales, era un gesto de generosidad sólo reservado a los héroes.
Razonablemente el ejército adversario no lo había descubierto porque las ráfagas de balas y metralla eran intermitentes.
En los intervalos se hacía preguntas: No veía en primera fila a los presidentes de las naciones que habían declarado la guerra, ni en las trincheras al hijo de ninguno de sus gobernantes.
No escuchó ningún explosivo pero sintió en su interior un estallido luminoso.
"¿No me he dado cuenta hasta ahora que manipulan mis sentimientos y voluntad invocando como señuelo mi dignidad de hombre? ¿Qué intereses inconfesables ocultan"
Pronto llegaría la noche.
Podría escapar.
No lo hizo.
Pensaba ¡Adelante!
Ató su camiseta al extremo de un junquillo que encontró entre los cascotes y la exhibió a modo de bandera blanca. Salió lentamente de su escondrijo. Caminó despacio hacia quienes le habían asegurado que eran sus enemigos. Cuando alcanzó una distancia desde la que le podían oír gritó: ¡Hermanos!, ¿no os parece…
Pepe Bravo
Publicado en la Revista Aldaba 15
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