Frente al hogar, tendido, miro el leño;
en sus brazos de llama hay un mensaje,
aún no sé si elegíaco o salvaje,
si de indómito acoso u hogareño.
En sus lenguas ardientes danza el sueño
de amantes en armónico engranaje,
mas también la agonía del paisaje,
perdido ya su cántico risueño.
Me habla el leño, y lo entiendo. No alardea
de bien o mal; no más chisporrotea,
indicando cuanto es, sin veredicto.
No hay culpa en él. La culpa está en el fuego.
Se deja manejar, le sigue el juego.
Todos iguales, en sentido estricto.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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