Me pinté en cada dedo una flor.
Quería verlas marchitarse
pero las flores de mis dedos
nunca cambiaron su imagen
aunque se fueron borrando
con el sudor y el agua del grifo.
Me propusieron que me los tatuara
pero no soy hombre de tatuajes.
Busqué una pintura resistente al agua
volví a pintar una flor en cada dedo.
Esta vez estaba seguro, las flores
se marchitarían en unos días
vería como los pétalos de mis dedos
se desprenderían cayendo al suelo.
La rosa roja del dedo pulgar
sangró unas diminutas gotas.
El clavel blanco del meñique
lagrimeó copos de nieve.
El tulipán amarillo del índice
corrió muñeca abajo en una huida
sin pausa ni reposo.
En el corazón la margarita
se fue deshojando pétalo a pétalo
susurrando ¡sí! ¡no! ¡sí! ¡no!
Desde el anular la amapola
fue emitiendo sus vapores
que me adormecieron mágicamente.
Cuando desperté mis dedos
dormían plácidamente
sin rastro de mis flores pintadas.
JOSÉ LUIS RUBIO
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