La historia
tal vez dirá un día
que yo, el Emperador Adriano,
no pudo gobernar en su corazón:
ese reino donde campeó el amor
a sus anchas, inmisericorde,
bajo el doloroso nombre de Antínoo.
Y no habrá error al afirmarse tal hecho.
Solo ese territorio tan íntimo,
tan engañoso y diminuto,
tan cruel en su vastedad,
logra doblegar solitario
-desarmado y desnudo-
aquel supuesto y débil poder
que en vano ostenta
la vanidad de los hombres.
Hernán Vargascarreño -Argentina-
Publicado en la antología Mientras el tiempo sea nuestro
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