He levantado la cabeza,
despacio, muy despacio,
para no golpearme
con las nubes grises
que rodeaban tu imagen
de mármol verde.
Estabas ahí, quieta,
dejando acariciar
tus ojos ciegos
por diminutas gotas
que lentamente, muy lentamente,
empapaban todo tu cuerpo
sin arrancarte un temblor.
Nunca recobrarías el movimiento.
No me atreví a acercarme.
Preferí guardar las distancias
temeroso de ser absorbido
por las airadas nubes
que te defendían celosas.
Tu mano aún conserva
la rosa roja que te regalé
la primera vez que me encontré
contigo una mañana primaveral.
No, esa rosa que aún huele
es de otro admirador
que ante ti
se detuvo ayer.
JOSÉ LUIS RUBIO
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