Cuenta la historia -o como lo contó mi abuela- que en un campo alejado del cemento y el hierro, en un rancho de adobe y techo de paja, con puertas bajas y pequeñas ventanas siempre abiertas al viento chorrillero, vivían una donosa viejita puntana, guapa como ninguna, y su hija ya en años de merecer. Alrededor, grandes piedras como elefantes custodios del lugar.
Un día, cuando el sol ya caía pintando de rojo el horizonte, sucedió lo que tenía que pasar.
- M’hija, ¿a dónde va? O no sabe que no son horas para andar de paseo. Hay muchas cosas por hacer: juntar el rebaño… buscar la leña para que a la noche asemos unos choclos…
La hija, contesta con urgencia:
- Ya vengo madre, no me demoro.
- Pero mire que ya va un apunta de días que rumbea para aquellos lados. No vaya a ser cosa que me quiera meter el perro, ¿eh?
- ¡No faltaba más! ¿Sabe qué pasa, mama? Más allá de aquellos montes, ¿vió?, se aparece todas las tardes un santito, mama. ¡Viera qué bonito! Y… yo le voy a rezar, ¿vió? Ya vuelvo. No demoro.
La madre, no conforme con el relato, desconfía y la sigue, escondiéndose de a ratos por lo matorrales de jarilla, piquillines y entre las enormes piedras.
Llega primero la fervorosa rezadora, y la madre, cuando ve lo que sucedía, se queda con la boca abierta, no cabe en su asombro. Al fin, reacciona, dando gritos a la niña.
- ¡Con que un santito! ¡Dónde se ha visto darle besos como esos a un santo!¡Vaya inmediatamente pal’ rancho! Ya le voy a dar “santito ponchito listaíto”…
La vieja tomó una varilla de jarilla y se fue tras la hija, que del susto corrió hasta el rancho como la luz mala.
abuela gugüela, ¿me lo contás de nuevo?
y yo me sentaba en su falda, mientras algo
se cocinaba en el fuego…
SUSANA MIRANDA
Publicado en el blog cenicientademendigosyladrones
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