Golpeé con las uñas el eskay del taburete de la barra, todas me lanzaban besos con el cuenco de sus manos.
La música de jazz era tan incomprensible como a las cinco de la mañana, me lavé bien el cuello, los glúteos, las uñas retorcidas de mis meñiques.
Tocaba huir, el bar empezaba a ser un caimán con dientes de estaño, ellas, supieron que mi cuerpo clavaría gotas de sudor en el asfalto.
Me marché, los límites de la noche me multaron y trocearon mi Carnet de conducir mientras miraba el culo a mi mejor amiga.
Las noches no son iguales preguntaba mientras iba de camino a casa sorteando los charcos de los cristales rotos de los demás.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
No hay comentarios:
Publicar un comentario