Islas Malvinas, abril de 1982
La letanía roja de las balas,
la metralla glacial de la ventisca,
el zumbido plural de los misiles
y un cielo de relámpagos.
Estaba frente a mí, lunado el rostro,
hincado en el dolor pero sin súplicas,
orgulloso y agónico
como el sol cuando cae
sobre el ardiente lecho del ocaso.
No supe qué preguntas el acero
de tus ojos me hacía,
ni comprendí el idioma que alentaba
en tus temblores últimos, soldado.
Yo tampoco sabía cuál designio
nos congregó en las mismas emboscadas,
igualados por yermas
latitudes incógnitas,
ni quién nos puso el odio entre los brazos.
En tu país, una mujer de hierro
buscando perpetuarse, y en el mío
los testaferros dóciles del águila
con sus puños mesiánicos.
Estaba frente a mí, como un reguero
de sangre única, total y anónima,
y dejé de apuntar a su inocencia
sumergida en el fango.
Me volví y caminé pausadamente
hacia el fragor que me pertenecía.
No había en los anales del desquicio
ni una sola razón para matarlo.
Ariel Alejandro Giacardi
Publicado en la revista deliteraturayalgomas
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