Jugábamos a ser héroes embrutecidos.
La vejez nos acompañaba río arriba.
Recuperábamos el aliento,
salpicados de los lloros de los príncipes destronados que dejábamos atrás.
Éramos nietos de la ira
y aún no lo sentíamos.
No supimos nunca qué escudos
marcarían nuestras vidas.
Esos lodos manoseados y vulnerables,
serían lo que nunca quisimos saber.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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